Hace tan sólo unos días decidí recorrer uno de los barrios históricos de mi ciudad de acogida, Barcelona, para empaparme, de nuevo, de la esencia que años atrás me enamoró: el barrio del Born. Centro económico de la ciudad desde el siglo XIII al XV, en esta zona se edificaron los grandes palacios de los mercaderes de la época, entre los que se encuentran los conservados en la calle Montcada.
Una calle con mucha historia y sobretodo mucho arte, gracias a la inauguración en 1963 del Museu Picasso, espacio de gran valor para la ciudad en el que se expone una parte importantísima de la faceta artística del genial pintor y escultor malagueño, creador junto con Juan Gris y Georges Braque, del movimiento cubista.
Uno de los más grandes artistas universales, vinculado también a Barcelona, desde su adolescencia y juventud, hasta la plena madurez.
Mi particular recorrido picassiano empieza en Els Quatre Gats, restaurante y cafetería mítica en el que Pablo Picasso realizó la primera muestra individual, en febrero de 1900.
Uno de los lugares de referencia del modernismo catalán en el que artistas de la talla del mismo Picasso, Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Isaac Albéniz y Antoni Gaudí, entre otros, celebraban tertulias artísticas al más puro estilo parisino.
Tan sólo unos minutos, caminando entre calles y callejuelas con siglos de historia, separan Els Quatre Gats del Museu Picasso, una auténtica joya imprescindible, para aquellos amantes del arte, localizado en cinco maravillosos palacios de la calle Montcada, edificados entre los siglos XIII-XIV, con remodelaciones completadas a lo largo de los años, entre las que destacan las realizadas en el siglo XVIII. Una muestra impecable del gótico civil catalán con una estructura en común alrededor de un extraordinario patio y una escalinata exterior descubierta, desde la que se accede a la planta noble.
El Museu Picasso de Barcelona es el centro de referencia mundial para conocer los primeros años del genial pintor y escultor. A través de 4.251 obras que componen la colección permanente, se desvela la originalidad e inteligencia creativa del joven artista.
Inaugurado en 1963, el Museu Picasso te traslada a un universo único y personal forjado tras años de investigación y desarrollo desde sus comienzos hasta la época azul, entre los que se incluye la primera donación de Pablo Picasso a la ciudad, con la gran obra maestra, fechada en 1917, Arlequín y la serie de 58 telas que componen Las Meninas de 1957, donadas por él mismo, en 1968, como homenaje, tras la muerte de su amigo e impulsor del Museu Picasso, Jaume Sabartés.
Entre las obras que más me fascinan e hipnotizan, expuestas de forma permanente en el Museu Picasso, no puedo evitar destacar la humanizada maternidad de las figuras de la obra de 1903 Desamparados, un tema recurrente en la obra del artista, en las que se refleja la pesada carga social, personal y psicológica de los personajes reflejados, el Retrato de Jaume Sabartés con gorguera y sombrero, realizado en Royan, ciudad costera francesa, en 1939, una obra que se ciñe a las pautas de la época que vivía Pablo Picasso, uno de tantos retratos realizados a su íntimo amigo. El pastel sobre tela creado en su querida París en 1901, El final del número, en el que se retrata el momento, en el que probablemente, -la identidad no está confirmada-, la vedette Yvette Gilbert saluda sonriente al público, tras su actuación en el mítico Olympia y, por supuesto, el mencionado Arlequín y el conjunto de Las Meninas.
En ocasiones, mi recorrido por el barrio del Born empieza y acaba en El Museu Picasso, invadido y extasiado por el Síndrome de Stendhal que me produce la grandeza y genialidad del artista español más universal. Inimitable e irremplazable.
Créditos fotografia: Mikes travel Guide , Juan Ávila , Museu Picasso
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